• Saltar, caer y crecer


    A los cinco años de edad, cuando aun desconocía las excepciones, me levanté una mañana con ganas de vestirme de Superman y volar.

    El primer calentamiento, según yo, consistiría en descender desde el jardín de mi casa hasta la calle del frente, puntos entre los cuales existía una pequeña pendiente bordeada por el caño del barrio. Luego del primer salto seguiría el cielo.

    Disfrazado del Hombre de Acero, con un traje de algodón barato que mi madre compró la noche anterior, me paré junto a las matas de flor de muerto de mi abuela para despegar. Temí un segundo, revisé la capa y me convencí de que su largo era el indicado para levitar

    Salté, caí y crecí.

    El sonido del golpe contra el caño hizo que mis abuelos y un tío salieran a mi auxilio. Enfurecido, por el susto, tío Gerardo me levantó a la brava y me dijo “huevón”.

    Oliendo a pedo y aun atolondrado por el sopapo, comencé a hacerme preguntas…


    Para un niño que nunca ha ido a la escuela en su casa la educación llega hasta enseñarle a decir “gracias” y “por favor”; las lecciones sobre gravedad se reservan para el MEP.

    Pero en casos cuando el infante, por infante, atenta con su propia vida, los padres sacan el diccionario para hablarle al niño de leyes y teorías, de las que entiende nada más que un “no se puede”.

    Por eso aquella mañana la tomo como el día en el que empecé a crecer. Antes el mundo imaginario llegaba más allá de la hoja en blanco. Antes, el mundo era solo imaginario.

    Extraño esos días a los que es imposible regresar. No existe chupeta que detenga la degeneración crónica de la inocencia. El tiempo sí se va volando.

    2 comentarios → Saltar, caer y crecer

    1. volando es cualquier cosa.

      un día de estos ví en tv que las neuronas se acostumbran a todo, y que cuánto más rutinaria es la vida, la percepción del tiempo hace que sintamos que transcurre más rápido. así, la receta para la pausa, es la variedad y la novedad.

      por dicha uno no para aprender.

    2. Ay JP me recordaste a un primo que se creía el hombre araña.

      Una tarde se subió al techo del carro de mi tío y brincó hacia el vacío esperando que las telaraña imaginaria se pegara en la pared de la cochera... obvio q eso nunca pasó.

      Al final, los papás se lo tuvieron q llevar al hospital xq se quebró el brazo!

      Inocencia de niños... no hay palabras!

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